martes, 2 de septiembre de 2008

La parabola del cascote


Primero abro el paraguas, porque años viendo cómo funcionan las cosas, generan en uno un reflejo. Por eso aclaro que la pedrada en la cabeza de Kesman, la patoteada a Mauro Mas o los manotazos con Damián Herrera, no tienen justificación. Repito, subrayo y en negrita: no tienen justificación. Pero lo que sí tienen es explicación. El discurso dominante en el periodismo deportivo tiene un nivel de elaboración muy bajo. Salvo el Prof. Piñeyrúa en El Espectador y Lalo Fernández en Carve, que con estilos distintos explican el fútbol de una manera clara –con frases bien elaboradas; verbo, sujeto y predicado en el lugar correspondiente-, el estilo es ramplón. Son más tribuneros que los que estaban en el Charrúa el sábado y en el Parque el domingo. Son los que, para hablar de la violencia en el fútbol apelan a un lenguaje más violento. Cuando un periodista dice que en la hinchada están “todos drogados”, “son unos inadaptados” o “enfermos mentales”, es injusto, generaliza, ofende, agrede. Y los atacados por esas expresiones no tienen el acceso a responderle de igual a igual. Eso no es utilizar la libertad de expresión, es abusar del poder de los medios. Porque cuando dicen esas cosas lo hacen desde un lugar de responsabilidad: desde un medio de comunicación.
Escribir para un diario, hablar por radio o televisión, no es lo mismo que estar en la tribuna. Hay deberes distintos. Obligaciones distintas. Cuando se dice que los “imbéciles” le están ganando la parada a la “familia del fútbol”, se está agrediendo. Pretender no reconocerlo es demostrar necedad, ceguera. Y también se demuestra falta de nivel. O como mínimo, un esquema de funcionamiento muy primario. Sería algo así: “vos hacés algo mal, yo te contesto desde un nivel más bajo, pero pretendidamente más alto”.
Las agresiones de ayer fueron, una vez más, injustificadas. Pero es imposible no recordar que hace poco Kesman dijo que los hinchas de Nacional que estaban cantando canciones de tribuna por encima del himno eran “ratas”, lo que sigue sin justificar, pero explica. Y tal vez sirva de punto de partida para la autocrítica de la mayoría de la prensa deportiva, y que el pueblo futbolero uruguayo empiece a tener referentes que eleven el nivel de la cosa.

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